8.10.14

Nardos en flor

Entre medio del grupo grotescamente grande de personas, sintió su presencia. No hizo nada para demostrar que había captado su atención y siguió sumergida en la actividad que estaba desempeñando en ese momento. Sintió su mirada buscándola y mas se encontró intentando mostrarse desinteresada. Un fuego inexplicable ardía en su interior, pero se esforzaba por apagarlo. Cuando empezó a sentir que no podría sostener mas ese personaje, palpo su mano a muy poca distancia de su cintura justo cuando se volteaba para ir a su encuentro. Como si el mundo se hubiese detenido por un instante, sus ojos se fusionaron en una sola mirada. Sin omitir palabra alguna, sin mantener ningún contacto físico, ambos se dirigieron en la misma dirección. La música sonaba, las parejas seguían desempeñando su rol y ellos permanecían inmóviles. Algo apartados del grupo central, solo se miraban.

Es difícil describir que se veía desde donde yo estaba observándolos y no sabría contar los minutos exactos que permanecieron en esa misma posición. El mundo giraba a su alrededor, pero ellos no se inmutaban. Ella, etérea. Él, compacto. Se comunicaban a través de los ojos, y se que lo hacían, no por lo que paso luego, sino que se podía observar perfecta la energía que creaban en el espacio de centímetros que los separaba uno del otro. Cualquier otra descripción que pueda dar de la situación es mas que superficial. Ella lucía como la mujer que cualquier hombre desearía poseer, pero no por una simple noche, para el resto de su vida. Sus cabellos caían sobre sus hombros con tanta delicadeza que por muchos segundos me hizo imaginarme hundiendo mi rostro en ellos. Sus brazos, finos pero firmes, ¡ay! cuanto deseaba ser tocado por las manos que estaban en esos brazos. Las curvas de su torso y sus caderas, parecían guardar un secreto en cada ángulo. Sus piernas, simplemente comparables con los tallos de las rosas mas bellas, pero mas llenas de espinas que cualquier otra flor.

En el instante perfecto, logré captar la intensidad de energía que estaba buscando hace tanto rato. Su mano sobre la mía. Mi brazo en su espalda y su pecho hundido metafóricamente en el mío. Sus piernas me oían, su torso me oía y hasta creo que su corazón lo hacia. Se entregó a mí así como yo me entregué a ella. No había comandante, ni comandado. Eramos tan solo nosotros dos. Conversando. Sintiendo. Bailando. Amando.

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