17.3.16

Domingo

Domingo. Día de súper clásico Boca-River. Horario de súper clásico y yo en el tren. Leyendo, escuchando música, prestando la mínima y necesaria atención al exterior que se requiere cuando se viaja en transporte. Cuatro estaciones antes de la mía, el tren para y no vuelve a arrancar. En medio del tumulto apurado y nervioso de personas, una voz en el parlante dice algo inentendible debido a la mala calidad del aparato, pero deja en claro que ese tren no seguiría su recorrido. Logro acercarme a una persona de la empresa de transporte para preguntarle cuando llegaría el próximo tren con destino a Pilar. Me cuenta que hubo un accidente fatal a dos estaciones y que tardarían más de dos horas en volver a funcionar. Me recomienda tomarme un colectivo, le agradezco y me voy. Me comunico con mi papá, que me estaría esperando en veinte minutos en la estación de Pilar, para contarle la situación y esperando que me ayude a encontrar una solución. Tengo que remarcar que mis nervios estaban perfectamente ubicados en su lugar y mi paciencia parecía aumentar su tamaño cada vez más. Llegamos con mi papá al acuerdo de que me tomará un colectivo hasta algún lugar cercano a Pilar y él ahí me estaría esperando. José C. Paz. En ese barrio se quedó parado el tren. Un barrio en el que no estuve nunca en mi vida, no que yo recuerde. Ni siquiera sé si pertenece a algún cordón del conurbano bonaerense pero lo primero que pienso cuando salgo de la estación es “que mal que está el conurbano”. Cruzo una calle, teniendo que ignorar dos comentarios de dos autos que pasan por al lado mío y me acerco a un grupo de personas que por lo que pude observar estaban esperando un colectivo. Les pregunto si el 176 que va a Pilar para ahí y un señor muy amable me contesta que no y me indica en donde paraba el colectivo que estaba buscando.
Una vez en la parada, treinta personas adelante, a los pocos minutos veinte personas más, mis nervios empiezan a salirse de sus cómodos lugares cuando me toca escuchar a una señora de unos 60 años, en muy buen estado físico, quejándose de lo ocurrido. Esto era lo que decía: “accidente fatal me dijeron. No sé si fue un auto arroyado o un suicidio, lo único que sé es que me arruinaron la vuelta a mi casa.” Automáticamente, como si el hombre que estaba parado delante mío se hubiera sentido libre de decir lo que pensaba porque escucho a la señora, le dice a su pareja “anda a saber que pelotudo se habrá tirado debajo del tren.” Y entonces pienso “el egoísmo no tiene límite”. Porque es tan simple como eso. Una persona se acaba de morir. Una familia acaba de perder un miembro probablemente. Una persona acaba de atropellar a otra con un tren. Una persona tuvo el impulso de tirarse debajo de un tren por algún motivo que todos desconocemos pero no deberíamos menospreciar. ¿Y a usted solo le importa que va a llegar dos horas más tarde a su casa? ¿y vos pensas que el que se mató es un “pelotudo”? Estamos perdidos. Como sociedad, estamos terriblemente perdidos si consideramos que valen más dos horas de viaje que la vida de una persona. Una persona que llegó al punto de querer suicidarse porque no encontró otra opción para escapar de la horrible vida que seguramente le haya tocado vivir, y no haya decido vivir, como últimamente me está tocando escuchar decir que cierta gente elije la vida que vive. Y les digo que no, que no se elige y que muchas personas padecen vidas tan horribles que llegan a no soportarlas y terminan en suicidio. Fallamos completamente como personas si no pensamos ni por un momento en el otro, en vez de en nosotros mismos. Y lamentablemente es así. Es por eso que el conurbano está como está. Es por eso que el país está como está. Es por eso que tenemos el presidente que tenemos. Es por eso que los presidentes anteriores no hicieron todo lo que
prometieron. Es por eso que la gente se tira debajo de un tren. Porque estamos obnubilados por la visión de nuestro ombligo o a lo sumo de los ombligos de nuestro círculo familiar más cercano. Pero nadie piensa en nadie más que en sí mismo.
Un grupo de manifestantes, o un grupo de pelotudos como muchas veces se dice, corta una avenida porque es la única forma que encuentra de llamar la atención de las autoridades para que les den una solución a un problema que intentaron resolver de otras maneras y no tuvieron éxito. Y a vos sólo te importa que vas a llegar media hora más tarde a trabajar porque a tu jefe lo único que le importa es que no llegues tarde para cumplir a tiempo con las tareas que te encomendó para que a fin de mes le cierre el número de ganancias que va a tener. Plata que va a gastar en su bienestar y el de su familia seguramente, pero ni sueñes en que vaya a invertirlo en aumentarte el sueldo, aunque seguramente lo merezcas. En esta situación podríamos decir que tu jefe es el pelotudo entonces, porque te está cagando probablemente, como decimos en criollo. Pero no, el pelotudo sos vos, que te dejás cagar y encima insultas a la gente que no se deja cagar por tipos como tu jefe y peores, y que por eso corta una avenida. Entonces, putea al pelotudo que no se hace cargo de lo que debería para el bienestar de las personas que tiene bajo su responsabilidad. Putea al pelotudo/a que elegiste para que lleve adelante la ciudad y el país en el que vivís. Pero no lo/a aplaudas cuando reprima a los manifestantes porque ahí te estarías mirando el ombligo otra vez. Porque sólo te importaría que los saquen del lugar por el que transitas para que sigas siendo el pelotudo que cumple las reglas del lugar en el que trabaja al pie de la letra sin que le reconozcan el mérito ni siquiera.
Entonces, dejemos de ser pelotudos. Dejemos de llamar pelotudos a los que no lo merecen. Y no dejemos que los dirigentes de nuestro trabajo, nuestra institución educativa, o mismo de nuestro país, se sigan haciendo los pelotudos. Hagámonos cargo cada uno de lo que tiene que hacerse cargo y miremos un poco más a las personas que tenemos al lado, adelante y alrededor, y no nos olvidemos que somos todos iguales a la hora de ser cagados por los pelotudos más genios que existen. Los pelotudos que elegimos como gobernantes. Y porque somos todos iguales, deberíamos poder darle una mano a quien la necesite, ya sea con un acto físico o simplemente moral. Deberíamos poder solidarizarnos con el otro. Seamos inteligentes, pero seamos inteligentes todos juntos.

PD: esperé el colectivo media hora, llegue al punto de encuentro con mi papá cuarenta minutos después, y terminé llegando a mi casa una hora y media más tarde de lo que había planeado, y sin embargo no se me ocurrió putear al “pelotudo” que se tiró abajo del tren. Así que si yo pude evitarlo y en su lugar hice esta reflexión, creo que todos podemos y deberíamos hacerlo.

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