Siempre somos responsables de nuestros actos. A veces en mayor o menor medida, porque los factores externos que nos atraviesan pueden influenciarnos sin aviso previo. Pero la responsabilidad no se disuelve por hacer responsable a algo o a alguien más, en todo caso puede ser un asunto compartido. Hace unos días, discutía con una amiga ¿cuanto poder de decisión consciente tenemos realmente en el momento de actuar? Ella me decía que el contexto te condiciona a tal punto, que no te deja elegir. Yo sostenía que el contexto es sumamente importante, pero que la ultima instancia antes de hacer, dependía exclusivamente de nuestras elecciones. Hoy pienso que no se puede pensar a las personas tomando decisiones por fuera de un contexto, o al contexto abarcando todo lo que comprende el accionar. Persona, contexto. Contexto, persona. Como seres sociales, es imposible que nos pensemos por fuera de un contexto, pero tampoco podemos responsabilizar a este ente abstracto de todos nuestros males. Sobre todo porque elegimos nombrarlo cuando las cosas no pasan como queremos. Porque si todo sale acorde a lo imaginado o esperado, nadie se pregunta por el contexto, ni por nada. Es el malestar el que nos lleva a cuestionarnos, a repreguntarnos, a indagar en lo desconocido. No te escapes. No te escondas. No te engañes. Porque te pueden alcanzar, porque te pueden encontrar y porque las mentiras son temporales. Siento dolor. Siento enojo, desilusión y amor. Así, todo junto, porque los humanos somos especialistas en crear redes, conectar caminos y vivir contradicciones. Todo esto va a pasar y se va a convertir en un mal recuerdo y nada más. Hoy dudo de que pueda llegar a recordar con cariño los buenos momentos, porque se esfuman y se convierten en preguntas con cada pequeña mentira que voy descubriendo. ¿Por qué mentimos? ¿Quién inventó la mentira? ¿Qué nos seduce de ocultar la verdad? ¿Nos hace sentir poderosos? ¿Por sobre qué, por sobre quién? ¿Qué nos brinda ese poder? No importa cuanto nos complazca el engaño, nada vale más que la verdad. Nada es más poderoso que la verdad. Cuando me encuentro preguntándome por qué o para qué tal o
cual cosa. ¿Qué necesidad nos lleva a los lugares donde estamos? ¿Actuamos por
necesidad? ¿Elegimos en base a necesidades? Siento que el mundo se me presenta
desconocido, porque no suelo poder responder a esas preguntas. Un mar de
posibilidades podría encajar perfectamente en cada una. Porque así tiene que
ser. Porque así se aprende. Para que te repreguntes que lugar querés ocupar, en
donde y con quién. Para que conviertas tus debilidades en fortalezas. Era
necesario que se dé así. No podés volver el tiempo atrás. Asumilo, aceptalo, superalo,
transformalo. Todas tienen sentido, algunas más, otras menos, pero lo tienen.
Porque no hay una respuesta posible. Porque como todo en este mundo, depende de
la perspectiva, del contexto y del estado anímico con que se lo trate. La
siguiente pregunta es ¿cómo llegamos a esos lugares que nos hacen preguntarnos
el porque de las cosas? Está claro que siempre es mejor prevenir que curar.
Pero ¿cómo aprender a prevenir sin heridas que curar? ¿Nos sometemos a heridas
para hacernos más fuertes? ¿Nos sometemos para aprender? Sí. Porque tenemos el
poder de elegir. Y elegimos el sufrimiento ante la tranquilidad. Elegimos las
acciones que dejan marcas. Elegimos los caminos donde podemos dejar huellas.
Elegimos. Siempre elegimos.
Caramelos de limon
Cuenta cuentos. Inventa historias. Imagina situaciones.
31.8.17
4.8.17
Me gusta
Me gusta mirar como vuelan los aviones desde mi balcón. Me
gusta escribir desde una banqueta giratoria. Me gusta mi casa nueva. Me gusta
cómo suena la pava calentando agua. Me gusta tener música el 90% del tiempo que
paso acá. Me gusta pensar en vos, en nosotros. Todavía me duele porque sólo
pasó un día, pero sé que con el tiempo cada vez va a doler menos y solo me voy
a acordar de lo lindo cuando vuelva a sentarme a mirar aviones. Me diste mucho
en muy poco tiempo y por eso creo que va a ser poco el tiempo que me lleve volver
a sentirme bien. Porque ahora estoy mal, y me parece bien reconocerlo y decirlo
porque así se torna real, verdadero y sincero. Sinceridad te pedí desde el
primer momento y eso es lo que más valoro. Te extraño y así va a ser por mucho
tiempo. Hasta cuando logre no quebrarme cada vez que piense que ya no puedo
hacer mucho de lo que disfrutábamos, hasta cuando logre mirarte sin sentir que se
me cierra el pecho, hasta cuando los párpados dejen de pesarme, te voy a seguir
extrañando. Porque me hiciste bien. Porque me haces bien y porque te quiero.
Porque llegar a querer en tan poquito tiempo no es en vano y deja huellas para
siempre. Porque quererte me va a hacer crecer y porque quererte es de las cosas
más lindas que viví en este último tiempo. Me duele que no puedas estar
conmigo. Me duele que quieras y no puedas. Porque duele mucho no poder hacer
algo que uno quiere. Y yo quiero estar con vos. Ahora, mañana y en una semana
también voy a querer estar con vos y no puedo, porque vos no podes. Me duele
saber que me dejé llevar simplemente y que mi cabeza, una vez más, tenía más
razón que mi corazón y decidí no escucharme. Pero porque creo que así tiene que
ser la vida. A veces hay que dejarse llevar y nada más. No me arrepiento de
nada, como siempre digo con todo y es algo que me hace sentir orgullosa, en el
mejor sentido de la palabra, porque estas experiencias me hacen sentir viva.
Puede ser que esté un poco loca o que el pensamiento de que el dolor es
necesario en la vida no sea el de la persona más sensata del universo, pero así
lo creo desde hace un tiempo. Hace falta pasar por situaciones no gratas para
valorar las buenas que vienen siempre después. Porque creo que no existe el
equilibrio como estado de paz y felicidad constante. Porque creo que es una
meta utópica y porque creo que la mejor forma de vivir es aceptando que hay
cosas malas y buenas, hay acciones malas y buenas, pero que no hay personas
malas o buenas, entonces vivir consiste con lidiar con lo bueno y lo malo que
nos rodea, nos traspasa y transforma. Ese es el equilibrio al que apunto y
quiero llegar. El que me haga capaz de transitar por una u otra cosa de la
forma menos dañina posible. El que me asegure que después de cada tormenta sale
el sol y que después de que te duele el corazón, una caricia logra quitarte ese
malestar. Nada de esto tiene mucho sentido. Pero la idea de la importancia que
le doy al registro de mis pensamientos es lo que siempre me pone a escribir.
13.11.16
Agua y vida
Lo atractivo
o interesante de las metáforas es que no tienen forma definida. Adoptan la
forma que cada uno quiera asignarle. Hay un núcleo que es constante, pero el
grado de importancia de los hechos que se definen por una, varía cada vez que
se la emplea en una conversación. No es lo mismo “remarla” porque no estudiaste
lo suficiente para un examen y no podes evitar rendirlo, que remarla porque tu
mamá se enojó y necesitas que se le pase porque si no, no vas a ver a tus
amigos el fin de semana; tampoco es lo mismo remarla cuando te gusta alguien y
la persona no está interesada; o remarla si sos abogado/a y tenés que
demostrar que alguien es inocente sin las pruebas suficientes; o remarla cuando
pasaste por una drogadicción y luchas contra eso todos los días.
No es lo
mismo, definitivamente no lo es, pero se lo define con el mismo verbo. Porque
“remar” ¿qué es? Google, da dos definiciones: “Mover los remos en el agua para hacer avanzar una embarcación” y “Trabajar con gran afán en una cosa”. La
primera, se asemeja al concepto literal que llevo en mi cabeza, asociado a un
bote. La segunda, podría definir la metáfora, pero no lo logra completamente.
Porque hay que contemplar que cuando se rema en el agua, se está yendo en
contra de la misma para avanzar, sin tener en cuenta si se va a favor o no de
la corriente, e ir en contra de esta implica un mayor esfuerzo. Pero remarla en
la vida siempre significa ir en contra de la corriente. Sin querer, introduje
una nueva metáfora que bien podría ir de la mano con la que quiero desarmar,
pero trataré de poner el foco en lo importante. Remarla, en cualquiera de los
casos que mencioné antes o cualquier otro posible, requiere de un esfuerzo
mayor al que usaríamos habitualmente para pasar por una determinada situación.
Si hay que remarla es porque algo no funciona orgánicamente en la acción que
estamos llevando a cabo. Significa que algo previo al momento de remarla, no
funcionó como debería para que no tengamos que vernos obligados a remarla. Porque
es así, cuando se rema es porque hay que hacerlo. Si podemos decidir si hacerlo
o no, es porque no es fundamental como cuando queremos que la embarcación
avance en el agua. Si estas en el agua, querés que el bote avance, hacia donde
sea, pero que avance, no es una opción flotar esperando que la corriente nos
lleve. Y cuando la remamos en la vida es porque no queremos que la corriente
nos lleve.
¿Cómo
diferenciamos el nivel de compromiso o dificultad que poseen los momentos en
los que “la remamos”? Definiendo la sustancia en la que se lo hace. “La estoy
remando en dulce de leche”. Nunca nadie remó en dulce de leche porque no existe
socialmente como actividad y sin embargo, todos entendemos qué significa la
frase. La mayor parte de la gente que alguna vez uso la expresión, probablemente
jamás haya remado ni un kayak en su vida, como es mi caso, pero aun así, todos entendemos
que significa y podemos imaginarnos la acción. El esfuerzo que implica o
implicaría en el caso del dulce de leche, es completamente imaginable. Y
retomando lo que comentaba al principio sobre las metáforas, me resulta un poco
inquietante que sean tan concretas en su decir, tan explícitas en su
literalidad, pero a la vez tan poco realizables en el mundo físico. Me preguntó
¿por qué no son realizables? ¿Por qué elegimos definirnos con cosas imposibles
o alejadas de lo verídico? Teniendo en cuenta que lo verdadero son las cosas
materiales que forman el mundo.
Después de
remar en el agua, se llega a destino o se completa una vuelta en un circuito de
competencia. En la vida, remar a veces no tiene punto final y hay que remar sin
parar. Como en el caso que antes mencionaba sobre una persona adicta que logra
salir de ese estado. Lo logra, como si emergiera a la superficie después de
haber tocado el fondo, pero si no rema, o no nada, porque los remos de un bote
se pueden comparar con nuestros brazos cuando nadamos, corre el riesgo de
volver a hundirse, o si se encuentra en un bote, corre el riesgo de que lo
lleve la corriente. Ahora, la metáfora le gana a la realidad, porque no podemos
comparar el nivel de esfuerzo que implica remar muchísimos kilómetros, con
remarla todos los días de tu vida para seguir conservándola.
Si me
pusiese a hablar del tema con alguien que rema, porque practica canotaje o
porque tiene una canoa, o porque vive en el río, probablemente encontraríamos
similitudes y diferencias en el remar una embarcación a remar en la vida. Pero
se me ocurre que tal vez, personas así no serían de las que usan la metáfora
habitualmente, porque encontrarían más diferencias que similitudes entre los casos.
Porque ellos sí conocen lo que es remar dentro del campo de lo material, físico
del mundo. Entonces puede que se les dificulte elevarlo al plano espiritual en
el cual le damos uso a la metáfora. Y reafirmo lo interesante que tienen las
metáforas que decidimos implementar de la forma en que lo hacemos, justamente porque
no las llevamos a cabo en su literalidad. Así que me da pena que puede que
quienes reman en el agua, no remen en la vida, sino que simplemente se
esfuerzan por llevar adelante situaciones difíciles. Porque utilizar metáforas
para definir algo nos alivia, le quita peso a la acción que estamos llevando
adelante, pero le suma significación. Tal vez todo esté relacionado con el alma
que poseemos los humanos, pero para la cual todos tenemos diferentes
propósitos.
14.4.16
Danseuse
Hace dos días me reencontré con una parte de mí que creía casi perdida. Una parte de mí que me tenía enojada y dolida. Pero hoy me gusta poder decir que sigue siendo una parte de mí o que eso soy yo simplemente. Bajo lo efectos que se producen en mí en esas circunstancias, siento que soy verdaderamente yo. Y eso me duele. Me duele porque no puedo ser verdaderamente yo todos los días. Me duele porque extraño ser esa yo. Porque sin importar cuán enojada allá terminado con todo lo que implica ser esa yo, sigo siéndolo, y aunque en algún momento haya intentado negarlo, ahora me doy cuenta de que tengo que dejar de hacerlo. Esa yo es la que más me gusta. "Es la mejor versión de mí misma" y digo esto casi citando a una persona que quiero mucho que habla de las distintas personalidades que tenemos adentro y elegimos cuál usar para cada situación. O por lo menos la mayoría hacemos eso. Me gusta que esta sea la mejor versión de mí misma porque es con la que más cómoda, plena y feliz me siento. Nada en la vida me llena y me completa más que esos momentos en los que puedo ser así.
Me cuesta aceptar todo esto porque me esforcé muchísimo en encontrar otro lugar que me de lo mismo. Otro lugar que me haga así de feliz. Y encontré uno muy parecido pero no me es suficiente. Los sentimientos que me despierta no son comparables. Es un lugar que me muestra como soy, pero esa forma de ser no me hace vulnerable ante nada de lo que pueda pasar en ese espacio. El otro lugar, en cambio, me deja completamente descubierta. En alma y cuerpo. Saca lo mejor y lo peor de mí. Mis debilidades y mis fortalezas. Todo queda expuesto y eso es lo que tanto me fascina. Me encanta la idea de que exista un espacio en el que no hay máscaras. No hay forma de ocultar nada. Por eso es la mejor versión de mí, porque eso que siento, que hago, que muestro, es lo que soy realmente.
Me enfurece no poder controlar todo lo que ese espacio conlleva y esa es otra de las cosas que me dejan expuesta. No puedo tener todo bajo control. Es el único lugar en mi vida que no puedo controlar completamente. Me resulta frustrante en algún punto y desafiante en un punto más amplio y constante.
No sé que va a pasar con esta parte de mí a medida que pasen los años, pero algo tengo que hacer para que pase lo que quiero que pase. En este momento tengo las emociones demasiado revolucionadas para pensar en algo coherente y posible pero ya se me va a ocurrir algo.
Lo único que sé es que nunca voy a dejar que esa parte de mí, esa versión de mí, se extinga, porque no creo que sea posible.
"Bailemos, que sino estamos perdidos".
Me cuesta aceptar todo esto porque me esforcé muchísimo en encontrar otro lugar que me de lo mismo. Otro lugar que me haga así de feliz. Y encontré uno muy parecido pero no me es suficiente. Los sentimientos que me despierta no son comparables. Es un lugar que me muestra como soy, pero esa forma de ser no me hace vulnerable ante nada de lo que pueda pasar en ese espacio. El otro lugar, en cambio, me deja completamente descubierta. En alma y cuerpo. Saca lo mejor y lo peor de mí. Mis debilidades y mis fortalezas. Todo queda expuesto y eso es lo que tanto me fascina. Me encanta la idea de que exista un espacio en el que no hay máscaras. No hay forma de ocultar nada. Por eso es la mejor versión de mí, porque eso que siento, que hago, que muestro, es lo que soy realmente.
Me enfurece no poder controlar todo lo que ese espacio conlleva y esa es otra de las cosas que me dejan expuesta. No puedo tener todo bajo control. Es el único lugar en mi vida que no puedo controlar completamente. Me resulta frustrante en algún punto y desafiante en un punto más amplio y constante.
No sé que va a pasar con esta parte de mí a medida que pasen los años, pero algo tengo que hacer para que pase lo que quiero que pase. En este momento tengo las emociones demasiado revolucionadas para pensar en algo coherente y posible pero ya se me va a ocurrir algo.
Lo único que sé es que nunca voy a dejar que esa parte de mí, esa versión de mí, se extinga, porque no creo que sea posible.
"Bailemos, que sino estamos perdidos".
17.3.16
Domingo
Domingo. Día de súper clásico Boca-River. Horario de súper clásico y yo en el tren. Leyendo, escuchando música, prestando la mínima y necesaria atención al exterior que se requiere cuando se viaja en transporte. Cuatro estaciones antes de la mía, el tren para y no vuelve a arrancar. En medio del tumulto apurado y nervioso de personas, una voz en el parlante dice algo inentendible debido a la mala calidad del aparato, pero deja en claro que ese tren no seguiría su recorrido. Logro acercarme a una persona de la empresa de transporte para preguntarle cuando llegaría el próximo tren con destino a Pilar. Me cuenta que hubo un accidente fatal a dos estaciones y que tardarían más de dos horas en volver a funcionar. Me recomienda tomarme un colectivo, le agradezco y me voy. Me comunico con mi papá, que me estaría esperando en veinte minutos en la estación de Pilar, para contarle la situación y esperando que me ayude a encontrar una solución. Tengo que remarcar que mis nervios estaban perfectamente ubicados en su lugar y mi paciencia parecía aumentar su tamaño cada vez más. Llegamos con mi papá al acuerdo de que me tomará un colectivo hasta algún lugar cercano a Pilar y él ahí me estaría esperando. José C. Paz. En ese barrio se quedó parado el tren. Un barrio en el que no estuve nunca en mi vida, no que yo recuerde. Ni siquiera sé si pertenece a algún cordón del conurbano bonaerense pero lo primero que pienso cuando salgo de la estación es “que mal que está el conurbano”. Cruzo una calle, teniendo que ignorar dos comentarios de dos autos que pasan por al lado mío y me acerco a un grupo de personas que por lo que pude observar estaban esperando un colectivo. Les pregunto si el 176 que va a Pilar para ahí y un señor muy amable me contesta que no y me indica en donde paraba el colectivo que estaba buscando.
Una vez en la parada, treinta personas adelante, a los pocos minutos veinte personas más, mis nervios empiezan a salirse de sus cómodos lugares cuando me toca escuchar a una señora de unos 60 años, en muy buen estado físico, quejándose de lo ocurrido. Esto era lo que decía: “accidente fatal me dijeron. No sé si fue un auto arroyado o un suicidio, lo único que sé es que me arruinaron la vuelta a mi casa.” Automáticamente, como si el hombre que estaba parado delante mío se hubiera sentido libre de decir lo que pensaba porque escucho a la señora, le dice a su pareja “anda a saber que pelotudo se habrá tirado debajo del tren.” Y entonces pienso “el egoísmo no tiene límite”. Porque es tan simple como eso. Una persona se acaba de morir. Una familia acaba de perder un miembro probablemente. Una persona acaba de atropellar a otra con un tren. Una persona tuvo el impulso de tirarse debajo de un tren por algún motivo que todos desconocemos pero no deberíamos menospreciar. ¿Y a usted solo le importa que va a llegar dos horas más tarde a su casa? ¿y vos pensas que el que se mató es un “pelotudo”? Estamos perdidos. Como sociedad, estamos terriblemente perdidos si consideramos que valen más dos horas de viaje que la vida de una persona. Una persona que llegó al punto de querer suicidarse porque no encontró otra opción para escapar de la horrible vida que seguramente le haya tocado vivir, y no haya decido vivir, como últimamente me está tocando escuchar decir que cierta gente elije la vida que vive. Y les digo que no, que no se elige y que muchas personas padecen vidas tan horribles que llegan a no soportarlas y terminan en suicidio. Fallamos completamente como personas si no pensamos ni por un momento en el otro, en vez de en nosotros mismos. Y lamentablemente es así. Es por eso que el conurbano está como está. Es por eso que el país está como está. Es por eso que tenemos el presidente que tenemos. Es por eso que los presidentes anteriores no hicieron todo lo que
prometieron. Es por eso que la gente se tira debajo de un tren. Porque estamos obnubilados por la visión de nuestro ombligo o a lo sumo de los ombligos de nuestro círculo familiar más cercano. Pero nadie piensa en nadie más que en sí mismo.
Un grupo de manifestantes, o un grupo de pelotudos como muchas veces se dice, corta una avenida porque es la única forma que encuentra de llamar la atención de las autoridades para que les den una solución a un problema que intentaron resolver de otras maneras y no tuvieron éxito. Y a vos sólo te importa que vas a llegar media hora más tarde a trabajar porque a tu jefe lo único que le importa es que no llegues tarde para cumplir a tiempo con las tareas que te encomendó para que a fin de mes le cierre el número de ganancias que va a tener. Plata que va a gastar en su bienestar y el de su familia seguramente, pero ni sueñes en que vaya a invertirlo en aumentarte el sueldo, aunque seguramente lo merezcas. En esta situación podríamos decir que tu jefe es el pelotudo entonces, porque te está cagando probablemente, como decimos en criollo. Pero no, el pelotudo sos vos, que te dejás cagar y encima insultas a la gente que no se deja cagar por tipos como tu jefe y peores, y que por eso corta una avenida. Entonces, putea al pelotudo que no se hace cargo de lo que debería para el bienestar de las personas que tiene bajo su responsabilidad. Putea al pelotudo/a que elegiste para que lleve adelante la ciudad y el país en el que vivís. Pero no lo/a aplaudas cuando reprima a los manifestantes porque ahí te estarías mirando el ombligo otra vez. Porque sólo te importaría que los saquen del lugar por el que transitas para que sigas siendo el pelotudo que cumple las reglas del lugar en el que trabaja al pie de la letra sin que le reconozcan el mérito ni siquiera.
Entonces, dejemos de ser pelotudos. Dejemos de llamar pelotudos a los que no lo merecen. Y no dejemos que los dirigentes de nuestro trabajo, nuestra institución educativa, o mismo de nuestro país, se sigan haciendo los pelotudos. Hagámonos cargo cada uno de lo que tiene que hacerse cargo y miremos un poco más a las personas que tenemos al lado, adelante y alrededor, y no nos olvidemos que somos todos iguales a la hora de ser cagados por los pelotudos más genios que existen. Los pelotudos que elegimos como gobernantes. Y porque somos todos iguales, deberíamos poder darle una mano a quien la necesite, ya sea con un acto físico o simplemente moral. Deberíamos poder solidarizarnos con el otro. Seamos inteligentes, pero seamos inteligentes todos juntos.
PD: esperé el colectivo media hora, llegue al punto de encuentro con mi papá cuarenta minutos después, y terminé llegando a mi casa una hora y media más tarde de lo que había planeado, y sin embargo no se me ocurrió putear al “pelotudo” que se tiró abajo del tren. Así que si yo pude evitarlo y en su lugar hice esta reflexión, creo que todos podemos y deberíamos hacerlo.
Una vez en la parada, treinta personas adelante, a los pocos minutos veinte personas más, mis nervios empiezan a salirse de sus cómodos lugares cuando me toca escuchar a una señora de unos 60 años, en muy buen estado físico, quejándose de lo ocurrido. Esto era lo que decía: “accidente fatal me dijeron. No sé si fue un auto arroyado o un suicidio, lo único que sé es que me arruinaron la vuelta a mi casa.” Automáticamente, como si el hombre que estaba parado delante mío se hubiera sentido libre de decir lo que pensaba porque escucho a la señora, le dice a su pareja “anda a saber que pelotudo se habrá tirado debajo del tren.” Y entonces pienso “el egoísmo no tiene límite”. Porque es tan simple como eso. Una persona se acaba de morir. Una familia acaba de perder un miembro probablemente. Una persona acaba de atropellar a otra con un tren. Una persona tuvo el impulso de tirarse debajo de un tren por algún motivo que todos desconocemos pero no deberíamos menospreciar. ¿Y a usted solo le importa que va a llegar dos horas más tarde a su casa? ¿y vos pensas que el que se mató es un “pelotudo”? Estamos perdidos. Como sociedad, estamos terriblemente perdidos si consideramos que valen más dos horas de viaje que la vida de una persona. Una persona que llegó al punto de querer suicidarse porque no encontró otra opción para escapar de la horrible vida que seguramente le haya tocado vivir, y no haya decido vivir, como últimamente me está tocando escuchar decir que cierta gente elije la vida que vive. Y les digo que no, que no se elige y que muchas personas padecen vidas tan horribles que llegan a no soportarlas y terminan en suicidio. Fallamos completamente como personas si no pensamos ni por un momento en el otro, en vez de en nosotros mismos. Y lamentablemente es así. Es por eso que el conurbano está como está. Es por eso que el país está como está. Es por eso que tenemos el presidente que tenemos. Es por eso que los presidentes anteriores no hicieron todo lo que
prometieron. Es por eso que la gente se tira debajo de un tren. Porque estamos obnubilados por la visión de nuestro ombligo o a lo sumo de los ombligos de nuestro círculo familiar más cercano. Pero nadie piensa en nadie más que en sí mismo.
Un grupo de manifestantes, o un grupo de pelotudos como muchas veces se dice, corta una avenida porque es la única forma que encuentra de llamar la atención de las autoridades para que les den una solución a un problema que intentaron resolver de otras maneras y no tuvieron éxito. Y a vos sólo te importa que vas a llegar media hora más tarde a trabajar porque a tu jefe lo único que le importa es que no llegues tarde para cumplir a tiempo con las tareas que te encomendó para que a fin de mes le cierre el número de ganancias que va a tener. Plata que va a gastar en su bienestar y el de su familia seguramente, pero ni sueñes en que vaya a invertirlo en aumentarte el sueldo, aunque seguramente lo merezcas. En esta situación podríamos decir que tu jefe es el pelotudo entonces, porque te está cagando probablemente, como decimos en criollo. Pero no, el pelotudo sos vos, que te dejás cagar y encima insultas a la gente que no se deja cagar por tipos como tu jefe y peores, y que por eso corta una avenida. Entonces, putea al pelotudo que no se hace cargo de lo que debería para el bienestar de las personas que tiene bajo su responsabilidad. Putea al pelotudo/a que elegiste para que lleve adelante la ciudad y el país en el que vivís. Pero no lo/a aplaudas cuando reprima a los manifestantes porque ahí te estarías mirando el ombligo otra vez. Porque sólo te importaría que los saquen del lugar por el que transitas para que sigas siendo el pelotudo que cumple las reglas del lugar en el que trabaja al pie de la letra sin que le reconozcan el mérito ni siquiera.
Entonces, dejemos de ser pelotudos. Dejemos de llamar pelotudos a los que no lo merecen. Y no dejemos que los dirigentes de nuestro trabajo, nuestra institución educativa, o mismo de nuestro país, se sigan haciendo los pelotudos. Hagámonos cargo cada uno de lo que tiene que hacerse cargo y miremos un poco más a las personas que tenemos al lado, adelante y alrededor, y no nos olvidemos que somos todos iguales a la hora de ser cagados por los pelotudos más genios que existen. Los pelotudos que elegimos como gobernantes. Y porque somos todos iguales, deberíamos poder darle una mano a quien la necesite, ya sea con un acto físico o simplemente moral. Deberíamos poder solidarizarnos con el otro. Seamos inteligentes, pero seamos inteligentes todos juntos.
PD: esperé el colectivo media hora, llegue al punto de encuentro con mi papá cuarenta minutos después, y terminé llegando a mi casa una hora y media más tarde de lo que había planeado, y sin embargo no se me ocurrió putear al “pelotudo” que se tiró abajo del tren. Así que si yo pude evitarlo y en su lugar hice esta reflexión, creo que todos podemos y deberíamos hacerlo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)