19.2.16

Digamos que está mal.

Es la primera vez en dieciocho años que me toca ser parte de un evento así. Recién hoy, puedo entender y sentir el dolor que sintió mi familia cuando yo tenía tan solo tres semanas de vida y mi abuelo se fue. Y creo que ni siquiera llego a sentirlo porque lloro por esto, pero no siento que tenga derecho a hacerlo, porque si yo lloro y si a mi me duele tanto, no me puedo ni imaginar el dolor que sienten su esposa, sus hijos, sus sobrinos, sus nietos y toda su familia y amigos en este momento. Miento. Me lo imagino. Soy capaz de multiplicar por diez, por cien y por mil lo que siento y me parece completamente injusto que una persona tenga que soportar tanto. Soportar tanto y ni siquiera poder expresarlo porque esa fue la sensación que tuve ayer cuando fui a despedirme y ni siquiera me animé a tocarlo porque sentí que no me correspondía. Casi nadie lloraba. Tal vez porque ya se habían cansado de hacerlo, tal vez porque todavía no podían aceptar que eso fuera real. Tal vez porque no se sentían cómodos de hacerlo delante de tantas personas y esa es la parte que más me irrita. ¿Por qué generamos un ritual público ante la persona fallecida? ¿Por qué no podemos encerrarnos a llorar en paz y solos cuando es lo único que queremos? ¿Por qué torturarse ante las miradas conocidas teniendo que aguantar lo que realmente nos pasa en el interior? Esas fueron mis primeras preguntas y mis primeros sentimientos cuando entre a esa casa de velatorios y tuve que saludar uno por uno a sus familiares. No sabía que cara poner, que preguntar o decir porque creo que nada en esos momentos te puede hacer sentir mejor, nada. La costumbre de contestar "bien" a una pregunta real y sincera sobre como está una persona, me enoja. Tendríamos que poder decir "mal" y que nadie nos juzgue por eso. Hay que poder decir como nos sentimos, y no contestar automática y protocolarmente en una situación de esa magnitud.
Mientras la gente iba llegando y los minutos iban pasando, me sorprendía de como los personajes de la familia seguían teniendo ánimos para reírse de esto o aquello, para recordarlo de la mejor forma y para reconfirmar al buen hombre del cual nos estábamos despidiendo. Su constante fortaleza espiritual, su bondad esparcida entre todos sus seres queridos, su forma de hacer sonreír a cualquiera que le hablase no más de dos minutos y por sobre todas las cosas, sus ganas de vivir y seguir viviendo en la hermosa familia que hace muchos años atrás logró construir junto con su hermano. Creo que si me hubiese tocado tener que soportar su partida también, mi corazón no sería el mismo que tengo hoy. Porque yo llegue tarde a ser parte de esta familia, llegue más tarde que todos, y sin embargo me abrieron sus corazones dándome un lugar tan cómodo que con tan solo diez años lograron que hoy me sienta como me siento. Mal. Y lo escribo, porque decirlo no esta bien o pareciera que es así porque nadie lo dice. Nada de esto esta bien. Entonces hay que decir las cosas como son. Las cosas están mal, me siento mal, está mal que una persona buena y que goza de buena salud se vaya de un día para el otro. Ley de la vida, ¡las pelotas! No me importa cual sea la ley de la vida, esta mal. Habiendo tantas personas malas en el mundo, que no merecen ni un minuto más en él, les toca irse a los que menos deberían y a los que más ganas tienen de quedarse. No quiero ni pensar en esas ridiculeces que dicen que uno viene a esta vida con un propósito y se va de ella cuando lo cumple, porque ahora no tienen ningún sentido.
Hoy fue un poco diferente. Por lo menos unos más se permitieron mostrarse mal, no decirlo, pero lo expresaron con sus lagrimas y sus caras por lo menos. Y otra vez, mi culpa de mostrarme mal fue más grande. Más tarde me permití dejar de sentirme culpable y aceptar que él logró que mi cariño llegase a desembocar en este dolor y eso sí esta bien. Lo único que esta bien es que todo el amor que brindó y recibió en sus casi ochenta y siete años ahora se vea convertido en dolor. Por lo menos por un tiempo, hasta que la herida logre sanar. Hasta que su ausencia no se sienta tan profunda porque al final eso es lo que pasa. Siempre pasa.
Pero me duele y me duele pensar que este es solo el comienzo y que no se, ni me quiero imaginar de cuanta gente me voy a tener que despedir en la vida. Se que va a doler mucho más que esto y no se cuan fuerte soy o voy a ser para soportarlo.
Llego a conclusiones, siempre después de esta clase de cosas, llego a conclusiones. No tengo miedo de que me pase a mí, porque una vez que pase va a pasar y listo. Tengo miedo de lo que pueda llegar a sufrir la gente que me rodea. Tengo miedo de que el tiempo que pase hasta la próxima vez que me toque pasar por algo así no sea suficiente para recuperarme. Voy a evaluar bien la situación antes de ir a un velorio otra vez. Me parece un escenario horrible. Tener que saludar a todo los presentes, hablar como si nada o como si algo, que sus más allegados no puedan estar simplemente tranquilos como lo necesitan. Creo que no sería capaz de llegar a cabo uno. No soportaría a la gente, no querría ver a nadie, no querría hablar con nadie. Simplemente me gustaría estar al lado de esa persona, llorando y terminando de despedirme en silencio.
Ayer me tocó despedir a un tío abuelo político. No quiero saber quien va a ser el próximo.

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