Calista era su nombre. Una niña de tez blanca, cabellos ondulados y olluelos en las mejillas. Le gustaba el olor de las flores que pasaba todos días a la vuelta del jardín. Llegar a su casa y que la espere el té con leche y vainillas que le dejaba preparado su mamá antes de irse. En primavera y durante todo el verano, se sentaba a disfrutarlo en el patio del fondo. Mirando, observando, curioseando por ahí. Sentada en su sillita, pensaba en todo lo que quería hacer una vez terminada la hora de la leche. Revoleando las patitas que no le llegaban al piso aunque la silla fuese casi especial para ella, limpiando las miguitas que caían sobre su vestido violeta cada vez que le daba un mordisco a la vainilla. Tomando té, se sentía grande, aunque fuera con leche, porque la chocolatada le daba dolor de panza.
Calista no entendía porque los grandes vivían corriendo de un lado al otro. Su mamá casi nunca estaba y su papá trabajaba mucho, aunque estaba en su casa, siempre estaba trabajando. Su Bobe era la única que siempre si estaba. La que le contaba los mejores cuentos, la que le daba los abrazos más cariñosos, la que la acompañaba a todos lados. Había una historia que le encantaba. Sobre un picaflor. La abuela le contaba millones de aventuras que tenia el picaflor, y es mas, hasta le aseguraba que de vez en cuando la iba a visitar, pero Calista nunca llegaba a verlo, porque era tan rápido que cuando su Bobe la llamaba para presentarlos, él ya se había ido volado. Soñaba con él, deseaba algún día conocerlo y hasta le había hecho un dibujo en el jardín para mostrárselo el día del encuentro. Todos los días, mientras tomaba la leche, lo esperaba, lo buscaba, pero él no venia.
Pasado un tiempo, la abuela empezó a olvidarse del picaflor y ya no se acordaba de todas las historias que alguna vez le había contado a Calista, entonces ahora era ella quien le contaba esas historias a su abuela. La del día que el picaflor encontró la flor mas grande del mundo y se quedo a vivir ahí muchos días y por eso no fue a visitarla por un tiempo. La de la vez que se encontró en un lago tan pero tan espejado que creyó haber conocido a alguien igualito a el. Y la de la noche que fue a conocer a la Luna.
Calista se despertó una mañana sin entender muy bien porque su Bobe no la estaba despertando para ir al jardín. Bajo la escalera y encontró a su mamá hablando al teléfono muy nerviosa, pregunto por su Bobe y a cambio recibió la orden de su papá de ir a vestirse para que la llevase al jardín. A la tarde, la fue a buscar su mamá y Calista volvió a preguntar por su Bobe. "Tu abuela se fue de viaje por un tiempo" y Calista pensó "seguro se fue a visitar al picaflor". Llego a su casa, la esperaba el té con leche y vainillas. Se sentó en su sillita del patio del fondo y ahí vio al picaflor pasar. Desde ese día, la visito todos los días. Invierno, verano, otoño o primavera. Llueva, nieve, o haya sol, no falto ni un día.
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